Nota de mi diario (8 de marzo de 2021)
Hace un momento tenía a mi hija dormida en los brazos, arropada con su manta, tranquila, despreocupada de todo lo que le rodeaba. Dos semanas desde que nació: un tiempo interrumpido del que estoy disfrutando por primera vez desde hace mucho, una discontinuidad en la vida que no llegué a experimentar ni durante el confinamiento duro del año pasado. Ahora que he comenzado a escribir la que será la próxima entrega de Cuando seas padre aún puedo sentir el hueco de su calorcito acurrucado en mi pecho.
Tal vez esa sea la sensación física más evidente que produce la paternidad: un calorcito. Desde que llegamos del hospital que la casa ha dejado de ser casa para convertirse en cueva. Quiero decir que vivimos al calorcito de una cueva. Literalmente: la temperatura del piso ahora está siempre dos o tres grados por encima de la que solíamos disfrutar antes en invierno, cuando preferíamos usar mantas como inuits antes de pagarle unos euros de más a la empresa suministradora del gas.
También he comenzado a revisar el perímetro para mantener a salvo nuestra cueva. Por la noche, antes de ir a dormir, reviso todos los cierres de la puerta y bajo, tal como vi hacer a mis padres todas las noches de mi infancia, las persianas con la esperanza de que nada externo altere la calma interior de la cueva. Hasta hemos comprado un conejito de silicona capaz de hacer más tipos de luces que el foco de un chill out de Ibiza en temporada alta. Así siempre hay una luz tenue en la habitación cuando se despierta la bebé entre cambio de pañal y toma de leche.
Todo instinto: el día que más me alejé de nuestra cueva fue para ir al Registro Civil de Barcelona para registrar el nacimiento de Lea, del que dio fe un funcionario a partir de toda la documentación que le entregué por escrito y en mayúscula (o con letra tipo de imprenta) como si todavía estuviéramos en el S. XIX.
Distancia total de la separación con mi cachorrita: 21 minutos en autobús. Puede parecer poco, pero el latido del calor de su cuerpecito latiendo para siempre acurrucado en mi pecho hacía más evidente la distancia. Comprendí con dolor que tal vez la paternidad sea eso también, un ir acostumbrándose poco a poco a las distancias inevitables.
📚 El libro
Así permaneció también en William Kotzwinkle. Me refiero al latido del calor del cuerpecito de su primer hijo, nacido muerto en 1975. El nadador en el mar secreto es un libro sobrio y poético, descarnado, duro y, sin embargo, luminoso. La editorial Navona dio una nueva oportunidad en lengua española a esta nouvelle que se lee de un tirón, con el corazón hecho un guiñapo. Si su lectura no te hace llorar es que algo no funciona bien en tu interior: “Construí nuestra casa, con una habitación para él, y ahora le estoy haciendo su ataúd”. A pesar de la tragedia, aquel bebé dejó a su paso un fragmento suyo en la vida de sus padres y de ello quiso dejar constancia William Kotzwinkle. Más que escritura, “un acto de desesperación”, tal como dijo en alguna entrevista.
🎶 La canción
What Kind of Fool Am I? fue un éxito en la voz de Sammy Davis Jr., pero en casa últimamente escuchamos la versión de Bill Evans. Su interpretación al piano regala notas ingrávidas que parecen detener el tiempo —es un misterio para mí cómo lo lograba a pesar de sus manos hinchadas por los pinchazos de coca a la que era adicto—. Lirismo máximo en estado musical que a Lea le encanta escuchar (o eso parece). Sammy Davis Jr. cantaba con aquella pose suya tan de crooner “Que clase de tonto soy que nunca se enamoró”. Yo sonrío al sentir el calorcito latir en mi pecho.
🎞️ La película
“Ella necesita reír y soñar”, dice en un momento de la película el capitán Jefferson Kyle Kidd —interpretado por Tom Hanks—. Se refiere a la pequeña Johanna. La niña, criada por la tribu nativa kiowa tras ser raptada, parece tener familia en Castroville y hasta allí se decide llevarla el capitán, quien se dedica a leer noticias por el estado de Texas, de pueblo en pueblo. Ambos están faltos de algo: un hogar, un lugar donde poder reír y soñar. Ambos lo encuentran en un abrazo en mitad del camino. El capitán Jefferson Kyle Kidd también sintió el calorcito en su pecho.
💻 Las redes
Apareció en el timeline de mi twitter este tuit con un artículo del New Yorker: se trata de un breve perfil de David Benatar, un filósofo anti natalista. Esta frase hizo que mi mente cortocircuitara: “Si bien las buenas personas hacen todo lo posible para evitar que sus hijos sufran, pocos de ellos parecen darse cuenta de que la única forma garantizada de prevenir todo el sufrimiento de sus hijos es no traerlos a la existencia en primer lugar. ”. Aquí no hay ni rastro de calorcito
Pues sí, querido amigo y padre primerizo. Cada día es acercarse a esas distancias inevitables que irán llegando.
Pero, no corran, disfruta ahora, y con el tiempo verás que Lea, igual que mi Luís, echará a volar con unas maravillosas y enormes alas construidas en tu refugio, al calorcito.
Un beso a los tres.