Explicaba Gila que él había nacido por sorpresa, que tenía que haberlo hecho en invierno, pero que como su familia era pobre y no le habían podido comprar abrigo, decidió esperarse mejor al verano. Con tanto aplazamiento, ya no se le esperaba y su madre no estaba en casa porque había ido a pedir perejil a la vecina. Así que Gila nació solo, bajó a la portería y dio la noticia: “Señora, Julia. Soy niño. Mi madre no está en casa, a ver quién me da ahora de mamar”.
Seguía explicando el mítico humorista que a su padre, tambor en la Orquesta Sinfónica de Londres, le avisaron por carta del nacimiento. Parece ser que el hombre salió corriendo de vuelta a España muy contento porque, claro, hacía más de dos años que no pasaba por casa ...
Eso de ir a casa de la vecina a por perejil es cosa del pasado —hoy al vecino, más que tratarse, se le soporta en el ascensor—, pero lo de nacer y que la madre no esté en casa es de lo más común. Lo normal es que para el parto todas las madres estén en un hospital. Para llegar cada cual se las ingenia como puede. Hay quien decide ir en vehículo propio, los hay que prefieren que les lleve algún familiar y otros eligen hacerlo en taxi. En nuestro caso —sobra decir que no me tuvieron que avisar por carta—, nos decidimos por un Cabify que resultó muy revelador. En la pantalla de protección se podía leer: “Seguro que vas a un planazo”. Efectivamente, el planazo de nuestras vidas.
Como Gila, Lea nació un día que no esperábamos: el 19 de febrero, a las 21:36h. Era viernes y en el momento exacto sonó Lucha de Gigantes de la lista de música que su madre y yo habíamos preparado en Spotify. Y lo diré de la forma más clara y directa posible: cuando escuché la voz de Antonio Vega cantar “En un mundo descomunal siento mi fragilidad", lloré por la fragilidad de mi hija, por mi propia fragilidad, por la belleza del momento, por todo el agotamiento de su madre. Lloré por la pequeñez, por la grandeza, por lo descomunal de la existencia, por ese misterio que intuimos pero que jamás resolveremos (y, tal vez, sea mejor así).
Esa misma madrugada en la habitación, pasé un par de horas con Lea en mis brazos desnudos. La miraba, qué sé yo, esperando que de pronto el cielo y la tierra se abrieran revelándome el sentido de todo. En algún momento fui ella, pensé, apenas unas horas de vida, toda la vida presente. Luego nos vamos estropeando al tener un ojo puesto en el futuro y otro en el pasado: y así andamos siempre bizqueando.
El momento de la epifanía duró poco. Descubrí más pronto de lo imaginado que los primeros lloros los causan las primeras mierdas de la vida. El meconio no es cualquier mierda. Es la peor de todas las mierdas posibles en cuanto a limpieza se refiere. Por mucho que frotes no consigues despegarla de la piel del bebé. Son algo así como esas ex parejas que nunca acaban de salir del todo de tu vida: aunque la relación se acabó, si te despistas vuelven a quedarse enganchadas a ti.
Fueron finalmente cuatro días fuera de casa, tras los cuales tocó armar la compleja expedición de vuelta: salir de un hospital con una bebé es, en realidad, el primer (y único) síntoma físico de los nueve meses de embarazo que sufre el hombre. Salí como un sherpa con jet lag de camino al Himalaya: porteo de bebé, bolsa de mano con su ropita, la tote bag con el lienzo de su placenta, un troley con nuestras cosas y una mochila con algunos libros que quise tener cerca.
Lea se hizo esperar lo justo como para llegar por sorpresa. Nació de un parto que no fue el que habíamos deseado ni planificado, pero a cambio ha llegado dándonos una gran lección, la primera, sin duda, de muchas: que los hijos no están para cumplir nuestros deseos, ni siquiera están para cumplir por nosotros aquellos sueños que con la vida se nos fueron quedando muy atrás. Vienen a vivir su vida y lo hacen, eso sí, desde el primer momento dándonos la vuelta como un calcetín, todo el interior afuera.
Lea también podrá decir como Gila que cuando nació su mamá no estaba en casa. La única diferencia es que ella no ha tenido que bajar a lo de la portera a dar la enhorabuena, ya se ocuparon sus papás de hacerlo con un whatsapp a medianoche y en esta newsletter, la primera de Cuando seas padre.
📚 El libro
Padre en versión cínica. Nada de lecciones a lo Mr Wonderful tan comunes últimamente. Manuel Jabois sacó su vena más calavera y paternal en este librito que se tituló como su hijo, Manu y que publicó Pepitas de Calabaza. Por su culpa, el día que salimos del hospital revisé dos veces que no me fuese a dejar a mi hija en la cuna. También lo hice con una sonrisa recordando la escena subrayada.
🎶 La canción
Hace dos semanas que la leyenda del jazz murió y ahora no se me ocurre mejor homenaje que éste. Durante el embarazo, en casa sonó muchas veces el disco Children’s Songs. Quería creer que algo de su magia llegaba a Lea a través del líquido amniótico, convertida la barriga de Cris en una especie de pecera musical e ingrávida. Supe de este álbum gracias al programa Cuando los elefantes sueñan con música, de Carlos Galilea, en Radio 3. Lo cierto es que ahora cuando Lea escucha la canción Children’s Songs: No. 1 se calma como si fuera una nana de cuna. Gracias por todo, Chick Corea.
🎞️ La película
El 6 de febrero The Kid cumplió 100 años. Volví a ver la obra maestra de Charlie Chaplin, pero esta vez desde la mirada de un futuro padre y me cautivó algo a lo que nunca le había prestado demasiada atención: el cariño y el amor que Charlot vuelca en el niño, interpretado por el pequeño Jackie Coogan, capaz de hacer sombra a Chaplin (años más tarde, fue piloto de aviones en la II GM y se convirtió en Tío Fétido de la televisiva Familia Adams). Dos años antes del estreno, Chaplin perdió a su primer hijo, Norman, que tuvo con la jovencísima actriz Mildred Harris. Niño prematuro, murió tan solo tres días después del parto. Imagino que debió ser duro para Chaplin rodar algunas escenas de The Kid con la muerte de su hijo seguramente aún en carne viva.
💻 Redes
Muchos ya lo sabéis, me podéis encontrar en Twitter. También en mi página web y en Viajes National Geographic (donde, por supuesto, no escribo sobre mi recién estrenada paternidad). Gracias por compartir este tiempo de lectura conmigo, y si queréis recomendar este espacio lo podéis compartir en este link (algo que os agradeceré muchísimo).
Queridos amigos, la casualidad ha querido que una semana después de que llegase Lea, ha llegado al mundo mi sobrina Elna.
La sensación de fragilidad de Antonio Vega me sobreviene también a mi, pero una ya es veterana en esto de los hijos vete acostumbrando, la sensación es para toda la vida.
Menos mal que la primera lección está aprendida, nunca son lo que queremos que sean, ello son como son y deben hacer su camino, desde el primer dīa.
Un beso a los tres